lunes, 13 de octubre de 2008

La red cósmica, una porción del infinito rompecabezas.

Capitulo 1: la llave.


Ulises subió al subte 13:32, para él era como viajar en una máquina del tiempo, de pequeño siempre sintió fascinación por éste vehículo, las puertas reflejaban las luces amarillas, mezcladas con el penetrante olor a grasa de las vías y el húmedo ambiente del subsuelo, era sin duda otro mundo, un gran laberinto, el tren recorrería su ruta estipulada, pero seguramente existían otros trayectos que no se mostraban.
Ulises se acercó a la puerta unos metros antes de que el subte parara en la estación, miró una publicidad despegada que estaba encima de las desgastadas puertas.
Siguió su camino hacia el negocio de un viejo amigo, ubicado dentro de aquel túnel, Ulises conocía a Agustín hacia muchos años, allí pasaba horas maravillado.
Antes de ingresar al local miró por los vidrios de aquellas puertas, había pocos curiosos aquella tarde. Las puertas lejanas hasta el techo en altura, movieron una especie de llamador de ángeles y el sonido comenzó a jugar, rebotando con cada uno de los objetos (incalculables) del lugar.
El local era angosto, pero largo, muy largo, techos altísimos, cada pretendido objeto tenía su lugar y su precio en prolijas etiquetas de cartón atadas a un delgado hilo, Ulises sonrió al recibir de parte de sus sentidos toda aquella magia, sobre todo aquel aroma, aquellos olores que estaban grabados en su mente desde niño. Pero… ¿qué es lo que había allí?, de todo… todo lo que jamás uno podría llegar a imaginar, un verdadero salón de porquerías y trastos viejos, pero reacondicionados por Agustín.
Claro, ¿uno se preguntaría que hace una persona allí?, ¿qué clase de cuerdo compra algo en este lugar para regalarle a un amigo? Bueno, aquellos trastos viejos bien reacondicionados eran objetos muy ingeniosos, verdaderamente únicos y originales, hasta me atrevería a decir que se trataban de piezas de colección.
Agustín estaba en su diminuto cuarto de “restaurador”, grabando unas iniciales en una lámpara para un cliente que esperaba en el lugar.
El tallercito de Agustín era de dos metros cuadrados, había un escritorio de madera tallada, perfectamente lustrado, inundado de pequeños cajones donde guardaba herramientas de todo calibre y forma: tornillos, tuercas, arandelas, alambres, pegamentos; cada cajón poseía una etiqueta, la luz de aquel cuarto era muy potente, Agustín parecía una especie de viejo profeta iluminado, concentrado siempre en su trabajo, cada pieza que él tocaba era única, irrepetible y llevaba sin duda su estilo y su sello personal, sus oficios eran incalculables: restaurador, tornero, carpintero, ebanista, en verdadero melómano, relojero, curador, también tenía fama de hechicero, mago, conocía mucho de historia del arte, paleontología, hermenéutica, pero su verdadera pasión era coleccionar objetos que para la gran mayoría eran descarte, y convertirlos en piezas de arte.
Agustín levantó su cabeza y al ver a Ulises dijo en tono serio: - ¿Qué haces aquí?-.
-¡Cómo andas Agustín!-, -contestó Ulises-. Vine a buscar un regalo para un amigo, creo que este es el lugar indicado., ¿Tu que opinas?
– ¿Éstas apurado? -Contesto Agustín-, mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro.
- No viejo, pero al menos podrías darme un abrazo, ¿no?-. –dijo Ulises devolviéndole la sonrisa, y pronto se unieron en un abrazo de verdaderos amigos. Luego Agustín dijo:
-¡Cómo andas nene!
- Bien, muy bien viejo.
- En un instante estoy contigo.
- Termina tranquilo Agustín, mientras miro algunas cositas entre toda esta montaña de porquerías típicas de un viejo maniático –dijo Ulises
- “Estas porquerías”, hoy te asombraran pequeño Ulises, ya lo veras.
Ulises conocía al viejo hace más de veinticinco años, el tío lo traía de paseo cuando tenía tan solo diez años de edad, recordaba que siempre quedaba impresionado durante muchos días luego de la visita a aquel lugar, desde entonces, y a pesar de la desaparición de su tío, Ulises seguía yendo a visitar a su entrañable amigo, y sin duda también se llevaba alguna cosita, para luego mandarse la parte con sus amigos.
Rumbo a uno de los pasillos Ulises se encontró con una maravillosa colección de relojes, de todo tipo, tamaño, forma, colores, todos funcionaban, pero no todos daban la misma hora, algunos poseían carteles, explicando que tipo de “hora” ofrecía:
“Imposible poner en hora hasta dentro de cuatrocientos sesenta y tres años”. , Otro aseguraba: “Para usar en el pacífico a mil doscientos metros sobre el nivel del mar, en verano”. Uno mas arriba decía: “La tolerancia de error de esta maravillosa maquinaria es de una diezmillonésima de segundo cada dos mil trescientos cuatro años, setenta meses bisiestos y doce lunas nuevas”.

- Adiós señor Agustín, muy amable por su atención-. – Exclamo una señora- Ulises se dio vuelta y vio a Agustín parado junto a la puerta mirándolo.
- ¿Qué encontraste amigo?- Dijo Agustín sonriendo.
- No he visto nada que me interese por ahora, creo que deberás ayudarme-. –Contesto Ulises.
Agustín camino apresuradamente hacia su oficina en miniatura, era ideal para su pequeño tamaño, era un hombre de unos cincuenta y tantos años, con una cara de niño, anteojos con muchísimo aumento, su ropa siempre estaba impecable, era su forma de ser, el local era una imagen de las ideas que poseía este increíble humano. Ulises estiró el cuello para ver que estaba haciendo su amigo, este con grandes ojos le dijo:
- Acércate aquí por favor, quiero mostrarte algo-. Su voz era muy tenue, como si solo quisiera que Ulises pudiera escucharlo, como si un secreto estaría a punto de revelarse. Luego dijo:
- Siéntate hijo por favor –mientras señalaba una silla- .
Agustín se aseguro que nadie entrara en ese momento, estiro su mano hacia uno de los pequeños cajones de su escritorio y sacó un paño azul oscuro.
-Toma, descubre esto por favor -Dijo Agustín.
Ulises pudo notar el peso de aquel paño sobre su mano, con mucho cuidado lo apoyo sobre sus rodillas, y poco a poco lo desenrollo, pronto una especie de objeto metálico se dejo entrever, no era mas grande que su palma, plateado, con forma de prisma, tenía grabado unos extraños dibujos cuyos colores parecían variar de intensidad.
- No se que es esto viejo, pero sin duda lo quiero, esto es lo que estaba buscando-dijo un Ulises entusiasmadísimo.
-Lo siento mi querido amigo, lo que tienes en la mano en este momento es mi propia vida en juego-dijo Agustín con ojos de niño travieso.
-¡Por favor!, no creo ni una sola de tus palabras, ¿de dónde sacaste esto?- Ulises estaba cada vez mas entusiasmado.
-No levantes mucho la voz, escúchame bien, este objeto es uno de los más buscados en este momento por mucha gente, entre ellos políticos muy pesados-.
-¿Políticos muy pesados?, ¿a que te refieres?-Ulises comprendió que su amigo no bromeaba...