sábado, 9 de agosto de 2008


Ella paso todo el día pensando en aquella oportunidad.
Sus ideas eran las mas osadas posibles, su trabajo se perturbaba por ello.
Siempre vestía de la misma manera para todos los ojos que la rodeaban, pero hoy estaba distinta.
De compromisos estaba acostumbrada, pero sabía que la libertad estaría a pocas cuadras de ella.
Cuando la hora habría llegado, no existiría ningún vehículo que la transporte más rápido que su pensamiento, y viajaba una y otra vez dentro de otros viajes, éste era aparente, digo, para el espacio, medio usual en la tierra.
Las calles lloraban a raíz del cielo, desconsolado de tanta lluvia. Los vidrios del vehículo estaban llenos de vapor, ella los calmaba con su suave mano, las luces de la ciudad se derretían en sus ojos, ella seguía en su estado maravilloso, al fin podría decirle tantas cosas, como también callaría tantas otras, por un lado no se animaría, por el otro se perdería en su deseo, que pronto terminaría, como lo hace el tiempo con todo lo que uno anhela en este extraño mundo.
Ella llevaba su inocencia, como cuando era niña y pensaba que la luna se marchaba a otros mundos en los días de lluvia.
Sabía que lo que sucediera en un instante estaba falto a la regla de moralidad en su sociedad. Pero era mas urgente lo de su alma, deberá ser fuerte, lo sabe.
No deja de pensar en que dejaría todo por este momento.
Es joven.
Para el amor no existe el tiempo, trata de convencerse.
La gente parece caminar lenta. Pero su mente no logra alcanzar su corazón, que parece explotar de su pecho.
Sería lo correcto?
No quiere interrogarse más, ella cumplirá con su instinto, con esos labios que pronto besará, con el temblor que todo aquello implicará.
El vehículo recorre sus últimos metros.
Su alma la acompaña.
Puedo ver como se funden en lo que concluye con un sentimiento maravilloso, pero terriblemente extraño...
La lluvia persiste...
Me retiro sin que nadie sepa de mí...
Ellos...
Creo que hoy se inmortalizaron...

Puertas dentro de otras, ventanas que concluyen en la nada, pasillos intransitables al fin, y relojes, aquellos eternos relojes, todas daban horas distintas, uno de ellos contenía lo inevitable, la extinción, el cese de todo movimiento material, de toda función primordialmente básica, que detendría el proceso física vital.
Finos hilos entrelazados, unos contra otros, a través del espacio, cada uno vibraba una nota básica, un sonido que combinado daría una melodía, una música, que sería eco de los tiempos, para siempre, para la bella esperanza del eterno retorno, como única posibilidad de sentirse eterno, los hilos comenzarían a cortarse, a ser cada vez mas imperceptibles, todo me separa de allí, una campana, una voz, materna, femenina, suave, dulce, la gran puerta, que separa éste de otros mundos paralelos, insuperables.
Ser inmortal?
No. Creo que llevamos algo de eternos, pero la forma encadena al alma.
Sentidos aferrados a sentimientos propios del ser.
Espejos reflejando instantes imperdonables.
Voces, todas juntas, todas pidiendo, negando, exigiendo, pero aquellas voces también dejarán de ser, para pasar a formar parte de un ciclo, pequeño, demasiado como para compararlo a un abrir y cerrar de ojos pesados, de sueños infinitos, de palabras cada vez mas lejanas.
Cierro la puerta.
La última, para volar, para partir, pronto, muy pronto. Pero mi huella permanecerá, y la magia, la ilusión condenará a la ciencia, como un simple juego de niños extraviados...
El cielo tan parecido a la tierra, todo en todas partes, nada será igual, los ojos que solo perciban, hallarán leyes rígidas, sin motivos, carentes de aquellos que te estallan el corazón.